PRISMA
Tras haber pasado largo tiempo inmersa en el ambiente del estudio -la Casa Proal-, a la escucha de todo lo que ocurría a su alrededor y de las reacciones que esto le producía, Liza Trottet imaginó un dispositivo que fuera capaz de restituir algo de aquella experiencia. Así que creó lo que ella llama una “arquitectura de la mente” y decidió que fuera de caoba en bruto, una madera que se pudre con bastante rapidez. Fue así como logró impregnarse de su entorno, captando esa luz tan peculiar del lugar y observando el paisaje con detenimiento, invitándonos a que, de ahora en adelante, lo veamos a través de esos paneles dispuestos a manera de biombos. Estos tienen algo tanto de la arquitectura como de la escultura. Colocados a la orilla de un campo de fácil acceso, fueron dispuestos sobre la tierra misma formando una especie de filtro que vuelve a articular la visión dentro de esos cincuenta rectángulos de madera.
El resultado es una “cámara”, una especie de cuarto rodeado por un muro de unos sesenta metros que es al mismo tiempo un espacio abierto a la naturaleza y que imprime a la mirada un ritmo cadencioso marcado por estas “ventanas” de las cuales ninguna sobresale por encima de las demás.
Los puntos de vista cambian con los espectadores; la madera regresa al humus vegetal, pronto la mirada se habrá disipado y la naturaleza habrá recobrado sus derechos. Tan sólo nos quedará un recuerdo, una imagen desfasada del mundo en que vivimos y, dentro de nosotros, esa ligera chispa que caracteriza todas las experiencias artísticas.
Gilles A. Tiberghien
JULIO – OCTUBRE 2015